08 mayo 2011

Carta a una española

Tienes poco tiempo en este continente. Eres muy joven. Y cuando uno es tan joven, las mientes no alcanzan para tanto. Así de simple. Es lo que me digo para justificar tu ignorancia y falta de tacto. Lo que me preocupa es que en tu interacción con los gringos, éstos en su falta de conocimientos sobre nuestras culturas latinoamericanas, te crean, y tengan, entonces, un motivo más para vernos disminuidos y seguir desconociéndonos.

Mira, N., te hablo como “sudaca” (si bien, por ser mexicana, geográficamente soy norteamericana). El idioma de España no es lo que piensas. Eres muy geocentrista. Dices que hablamos mal, que los niños debieran hablar como tú porque nosotros no arrastramos las eses, que pronunciamos mal esto y aquello.

Por favor, N., piensa mejor las cosas. De entre la veintena de países que hablan español, tu país cuenta solo una vez. ¿En qué mente cabe la presuntuosa idea de que su idioma es la manera correcta de hablar un idioma compartido por 22 culturas con incontables subculturas entre sí? No nos eches en cara que aquí en este continente no hablamos bien nuestro idioma y que nos ajustemos a tu manera de hablarlo en aquella remota península que la mayoría de nosotros ni conocemos.

Te recomiendo, en cambio, querida N., que escuches atentamente, que te enriquezcas con la variedad que te ofrecemos, no sólo en regionalismos, sino en acentos. ¿Distingues entre el acento argentino, salvadoreño, colombiano, puertorriqueño, mexicano y español (sencillamente otro mas)? ¿Te das cuenta cómo la canción de nuestra lengua es infinita en cada voz, cómo nuestras alas cambian de matiz cada vez que te trasladas a otra región?

Y mira, donde nos encontramos, en este país ajeno. Aquí confluimos en mayor o menor grado representantes de todas y de cualquier latitud de ese abanico sonoro y multicolor. Llegamos unos desprotegidos y en desventaja, sin ayuda ni validez documentada, otros con título universitario; unos con visas de turista a sabiendas que habremos de buscar el modo de quedarnos; otros más con permisos temporales de trabajo que luego buscaremos a toda costa revalidar; unos llegamos hablando inglés, la mayoría no; otros traemos el español fortalecido gracias a una educación universitaria, otros lo traemos salpicado con impropiedades y errores (pero eso es otra cosa, más vale que lo entiendas).

Así que, N., te ofrezco mi última recomendación: un ajuste de actitud y de sensibilidad. Eso lo tenemos que aprender todos. En lugar de fijarnos con afán de lacerar en nuestras diferencias idiomáticas, nos podemos regocijar de saber que venimos de países distintos y que, aun así, nos podemos sentir vinculados, reconocidos por y en el idioma.

Pensadas así las cosas, ¿no sería tonto de mi parte decir que hablas mal el español porque no lo hablas como yo? Y finalmente, españolita del alma, si bien tus sonidos aquí son minoría, me merezco el respeto que te doy.

--Publicada originalmente en diciembre de 2003

No hay comentarios.:

Publicar un comentario