30 enero 2012

#3 -- Descubrir a los Beatles

Dependiente total de los libros y la música, me resulta un poco extraño que yo descubriese a este grupo, original e incomparable y que tanto ha aportado a la cultura y al arte universales, ya bien entrada a mis veinte.

Recuerdo perfectamente cómo fue mi encuentro con los Beatles. Cursaba los últimos semestres de la prepa, así que fue por el 83. El muchacho que me interesaba más allá de la amistad, Alejandro, y yo nos hicimos partícipes de un círculo de estudios izquierdoso. Aparte de mi natural interés de aprender, puesto que leíamos materiales de Engels, Hegel y Marx, mi interés principal, en realidad, era la compañía de Alejandro.

En una de esas, el círculo de estudios organizamos una fiesta en el sitio donde estudiábamos. No recuerdo el motivo, aunque para empezar los motivos no hacían falta. Los conductores del círculo era una pareja de chilangos. María y su esposo, aunque principalmente María dirigía el círculo de estudios. A mí me parecía una mujer brillante y con experiencia; su nivel de conocimientos me parecía envidiable y admirable de verdad.

Para mí lo triste de las fiestas es que mas allá de mi sosa participación en las discusiones del material leído, es que yo era una joven más bien solitaria y sin amigos; en el fondo me quemaba una timidez crónica que intentaba disimular como mejor podía, tanto que muchos no pudieran imaginar que yo era tímida. Motivo de más por el cual yo me aferraba a mi amistad con Alejandro.

Alejandro me parecía más convencido de la cuestión filosófica y política que se desprendía del círculo de estudios. Me parece que socializaba mejor que yo con los demás integrantes del círculo. De inteligencia y honestidad afiladas, a veces me parecía hasta hiriente, pero su nobleza y ,precisamente, su honestidad me tenían ilusionada.

Llegado el día de la fiesta yo quería aparentar que pertenecía, como cualquiera, al grupo de jóvenes tomadores, alegres, discutidores que fueron armando la pachanga. Como siempre, yo me quedé al margen, asomándome con hambre y necesidad sin que nadie pudiera inferirlo de verme callada y sonriente, platicando con Alejandro.

En algún momento perdí mi asidero; es decir, Alejandro se desapareció por un rato y me vi sola. Tengo la impresión de que me salí del edificio y en la acera me fumé un cigarro para hacer tiempo. Cuando finalmente volví a la sala principal buscando a Alejandro con la mirada, me di cuenta de que el espacio estaba en penumbra, habían apagado las luces; creo que la luz que se filtraba de la calle por los ventanales era la luz mercurial. Me percaté de que había parejas abrazadas bailando. Era una canción cuya melodía indudablemente exigía bailar, lentamente y abrazados como las parejas enfrente de mí. Yo que me creía saber más o menos de música me pregunté: “¿Qué música es esta?” El corazón se me llenó de tristeza, para mí fue la constatación de mi sentimiento de que yo no pertenecía en ese mundo; en la belleza melódica de la canción sentía que esa música me marginaba y me alejaba de la posibilidad del amor, dejándome únicamente con mi ilusión y mis sueños. A la vez la música me tenía cautiva, no podía moverme; me sabia seducida por las parejas que bailaban con los ojos cerrados y por las voces que cantaban “I'm in love for the first time/ Don't you know it's gonna last/ It's a love that lasts forever/ It's a love that had no past/ (y luego la plegaria) Don’t let me down.”

No sé a quién le pregunte que me dijo que eran los Beatles. Desde entonces me los apropié y los llamo míos. Por fortuna mi esposo Raúl es un beatlemaniaco y nuestra hija Valentina, también lo es, cual debe.

Sin duda John es mi Beatle favorito, aunque yo no tenía conciencia de él cuando lo asesinó el tal Chapman. La semana pasada venía escuchando a John en el auto y cuando llegué a Beautiful Boy que le compuso a su hijo Sean, me imaginé la pérdida de ese niño, al haberse quedado sin su padre. Sentí resentimiento contra Chapman y se me rasaron los ojos de lágrimas. Y es que Chapman no solo le robó la vida a John, no solo les robó su padre a Sean y a Julian; nos robó a todos nosotros. Cuánto no le faltaba por crear y componer a nuestro John, cuánta de su creatividad perdimos ahora que entraba a su plena madurez como hombre y artista, ya solo sin los otros tres? Seguro todavía venía lo mejor y el Chapman nos lo robó a todos.

But John, you never let me down.

18 enero 2012

#2 -- La UdeG... esa madre

Como pasante de Psicología, aquí en Dallas, tan lejos de Guadalajara, en la chamba a veces me llega correspondencia electrónica de la UdeG. Claro a veces es un golpe de nostalgia, a veces hasta de dolor.

Yo cursé el bachillerato no en tres (lo normal), sino en seis largos años. Tan intensa era la neurosis que me paralizaba que me aplicaron (más de una vez) lo que entonces llamaban el Artículo 108 y que nadie nunca jamás me explicó. Solo entendí que había sido expulsada de la Universidad de Guadalajara. En mi caso por dejar de ir a mi querida Preparatoria de Jalisco, la llamada Prepa Uno enfrente de la 15ª Zona Militar.

A medida que uno se va haciendo viejo, empieza uno a darse cuenta de que lo que nos movía intensamente en nuestra juventud ni siquiera debió habernos movido el consabido tapete. Tal fue mi caso. Ahora como miembro del Club de los Cincuenta, me doy cuenta de mi ineficacia y de la total falta de herramientas para cuidarme y encajarme de bien a bien en el mundo que me tocó.

Cuando pienso en mis seis años de prepa siempre recuerdo a los dos profesores que más me significaron. Los dos eran ingenieros y maestros de matemáticas. Uno hombre, el otro mujer. El primero dada mi juventud fue razón de un intenso enamoramiento (crush le dicen en inglés) de mi parte, fue a quien en el Dia del Maestro le regalé mis posesiones más valiosas: mis libros Éxodo de León Uris y tal vez una novela de Herman Hesse con la dedicatoria de Un gran libro para un gran maestro. El profesor falleció muy joven y muy repentinamente. Recuerdo que el estudiantado celebraba su fallecimiento por su aparente dureza y exigencia y supuesta competencia con el japonés Yamaguchi, mientras a mí me dolían su muerte y su ausencia. En un momento de angustia yo me acerqué al ingeniero Gilberto Becerra Aceves para pedirle ayuda (me llevó a él mi sola intuición de niña asustada) para hablarle de mi situación y del 108 y para pedirle ayuda explicándole que cuando mi padre llegara de Estados Unidos ese verano y se enterara de que no estaba terminando el bachillerato, me iba a matar o se moriría de la pena, así literalmente.

Por fortuna, Becerra me creyó y habló con los representantes estudiantiles de mi grupo y yo asombrada los oía decir que qué onda con mi caso que porque "Becerra presionaba". Con un intenso esfuerzo y manotadas de ahogada, una vez que me "levantaron" el 108 me dediqué a regularizarme y recuerdo que el último semestre fue tanto mi empeño que lo pasé con un promedio general de 100.

Algo representa para mí este 100 porque igual lo volví a repetir en noveno semestre de la Escuela de Psicología, promedio general de 100.

Eso me dio por pensar acerca de la universidad. Esos últimos semestres de prepa y facu, yo decidía abrir las puertas y ventanas de mi cerebro para que la universdidad me trasmitiera el conocimiento universal sobre el hombre y la naturaleza que albergaba entre sus paredes. A cambio, yo le demostraba mi amor, mi entrega dedicándome en cuerpo y alma a todas mis materias, no pensando en la calificación sino en la necesidad de adquirir conocimientos, ahora que ella, la uni, estaba a punto de vomitarme y lanzarme al mundo como mota de polvo a la buena de Dios.

También me di cuenta de que esto era como un reclamo, un tomar conciencia de que ese precioso tiempo que habitamos en el aprendizaje, cuando nuestro cuerpo con todos sus órganos y componentes están como esponja, dispuestos a absorber toda la riqueza de nuestra existencia en este planeta, los cómos y los porqués. Sabiendo que nuestra Universidad de Guadalajara dista mucho de preparar cabalmente a sus jóvenes estudiantes, esos tantos cienes míos eran un reclamo, mi manera de decirle que yo no estaba lista para que me aventara al mundo, que no estaba lista para hacer mi vida en el mundo cruel, que no sentía tener nada que contribuir a mi sociedad, que había que dar marcha atrás para que yo también, ahora con más conciencia, me dedicara a tomarla en serio.

O sea, terminé pensando, la UdeG es como una segunda madre que nos prepara para el mundo.


Hace 34 años que yo ingresé como nueva preparatoriana a la Prepa Uno y sigo aquí con la nostalgia, el apego y el cariño que me golpean cuando me llegan esos e-mails aquí a la chamba.

¡En la madre!

P.D. Hablé de los dos profesores significativos en mi vida universitaria y no mencioné a la incansable viajera, la Ing. Elsa Silvia Moyado Zapata, también ya fallecida, que fue una mentora de integridad, dignidad, ética y conocimientos para mí y una mujer sumamente inteligente que, como Becerra, también fomentó en mí el amor por las ciencias exactas, que a ambos mucho les agradezco.

09 enero 2012

2012 #1 LA MODERNIDAD Y SUS BEMOLES


Con todo y mi edad, soy de aquellos individuos que celebra todo lo que la modernidad nos ofrece. Escribo por correo electrónico, texteo cual experta en mi ya viejo iPhone, casi me acerco a la desorbitada cifra de 100 amigos en el mentado Facebook aunque haya varios que no conozco pero que me recomendó mi marido. ¡Bueno y ahora hasta tengo dos blogs!
Me maravilla la rauda velocidad con que es posible la comunicación con la gente propia y ajena. A veces me parece un poco superflua pero, sin duda, como diríamos en mi tierra, este acelere es cosa ya inevitable  y del Primer Mundo. Con todo y por eso, hay que abordar el tren o nos quedamos atrás. Lo bueno es que los hijos de uno parece que nacieron con el gen del entendimiento total de todos estos dispositivos y en un santiamén lo ponen uno al día.
Y sin embargo, y sin embargo…
Escribo ese “sin embargo” con un dejo de tristeza porque a mi hija Valentina y a su amiga Mariana (ambas de 13 años)les regalé de Navidad un paquete de notas con su nombre y apellido impresos. Rechulos los dos paquetes y a ambas les escribí una cartita en una tarjeta con mi inicial impresa. Les dije que mucho antes de la Internet, del correo electrónico, del texteo y del Facebook las personas nos comunicábamos por medio de lo que ahora su generación llama correo caracol (apare de la lentitud, por aquello de que rima en inglés snail mail). Les dije que para mí que siempre andaba o en México o en Estados Unidos el llegar a casa para ver qué había dejado el cartero era una ceremonia gozosa y luego de desconsuelo si no llegaba nada a nombre de uno. Sin duda lo rico de esta ceremonia residía en responder al amigo o al familiar que te envió una carta o una postal con un breve mensaje al reverso; sacar tu papel de correspondencia bonito, tu bolígrafo favorito y escribir varias hojas con tu letra más esmerada mientras te tomabas un café y el cenicero se llenaba con las bachas de tu cigarrillo y con tu nostalgia. Les sugerí a las chavitas que ojalá yo recibiera una cartita de cada una.

Al contarles esto me di cuenta de cuánto extraño recibir  correspondencia por correo postal. Por unos días pensé y repensé en no seguir huérfana de cartas y postales y que les volvería a escribir a los amigos de siempre.

Claro, qué güeva con el Feis tan a la mano.

Y sin embargo...