25 agosto 2011

Me confieso

En mi entorno inmediato se ha dado un revelador silencio sobre Irak, la guerra, la presencia estadounidense en aquellas tierras y el maltrato inhumano a los prisioneros de guerra.

¿Como culpar a la gente de mantener silencio? ¿Como hablar inteligentemente de algo que no lo es, y que en cambio sí es atroz y devastador? He visto aquí y allá la respuesta de los ciudadanos de este país ante el trato deshumanizante a los iraquíes apresados.

Entre el repudio y el "qué querían", oscila el péndulo. Luego se da la decapitación de Nick Berg. (¿De cuánto más seremos capaces? ¿Por cuánto tiempo puede uno seguir de luto?) Hace unos días vi en la televisión un conocido de la joven England afirmando que el trato que ella y sus compañeros habían dado a los prisioneros de guerra no tenía nada que ver con la tragedia de Berg.

Dios mío, pensé, ¿este hombre dónde vive? ¿Es o se hace? ¿Acaso no se enteró de que los asesinos de Berg dijeron que la muerte tan horrenda de Nick era precisamente en represalia por el trato a los iraquíes? ¿Acaso cree que es posible que actos tan innobles e indignos como estos se den en el vacío sin propiciar más violencia, muerte, destrucción y división?

Está bien que uno tienda, por naturaleza, a ser subjetivo y parcial, a aliarse a lo que conoce pero llegar a ese grado de negación, ¡por favor! (Para ser objetivo y ecuánime se necesita de otro tipo de ser humano, uno que pueda, creo yo, desligarse de afiliaciones patrioteras, geográficas, culturales y políticas; un ser humano capaz de ver la humanidad y la dignidad inherente en cada niño, mujer y hombre que habitamos este planeta que vamos entristeciendo, enrojeciendo, tan descaradamente.)

Me confieso incapaz de entender la necesidad de las guerras en este siglo. Me confieso incapaz de aceptar que lo que se busca en aquellos sitios es la democracia y el bienestar de los pueblos que los habitan. Me confieso lo suficientemente indispuesta como para tragarme esa pildorita.

Me confieso lo suficientemente cínica como para no dudar que las guerras tienen un solo e irremediable fin: el poder económico y político. Esto de las guerras es la pugna entre quien tiene el poder y quien lo quiere, entre quien tiene los recursos de riqueza y quien los quiere.

No creo que haya nación en este ensangrentado orbe que se decida a invertir imposibles cantidades de dinero con el único propósito de sembrar las semillas del bien en un sitio que pocos somos capaces de localizar en un mapa.

No creo que haya un gobierno capaz de jugarse la vida de miles y miles de sus jóvenes (tanta promesa) para mostrar la “única” forma “correcta” de vivir. El ser humano blanco, negro o de matiz intermedio, no es tan bueno.

Algo busca para su ventaja y desventaja de los demás. Cuando el ser humano de veras venza su impulso de muerte (Thanatos, según recuerdo le dicen los psicoanalistas) y sea de veras bueno, altruista y desinteresado, y procure con su bienestar el bienestar ajeno, les juro que no habrá guerras.

-Publicado originalmente en mayo de 2004