29 febrero 2012

#7 – Mis libros: We Need to Talk About Kevin por Lionel Shriver

Empezando por lo obvio, resulta que Lionel no es hombre, sino mujer. Nacida en Carolina del Norte como Margaret Ann, en su adolescencia decidió convertirse en Lionel. En sus cincuenta, casada con un músico, sin hijos, Lionel vive en Londres. Lionel o Margaret Ann como a veces la pienso es una escritora de excepcionales dones.

Sin embargo, su novela We Need to Talk About Kevin (Necesitamos hablar de Kevin, ganadora del Orange Prize for Fiction en 2005)no es una lectura placentera ni deliciosa. Ay, au contraire. Es un lectura picuda y dura como clavos.

Me decidí por leer esta novela intrigada como me dejaron los avances del próximo estreno de la película del mismo nombre basada en esta obra de Shriver y protagonizada por Tilda Swinton (Eva), John C. Reilly (Franklin) y Ezra Miller (Kevin), y dirigida por Lynne Ramsay. Bueno, parece que hasta Lionel quedó complacida con el filme (tengo la impresión sin fundamento de que se trata de una mujer a la que es muy difícil darle gusto).

El libro gira en torno a nuestra psiqué y corazón, que trata con esos sentimientos que la mayoría de las veces evitamos y optamos mejor por no discutir: esos que socialmente no aceptamos, esas reacciones viscerales difíciles de nombrar que no debiésemos ignorar sin importar cuán incomodas sean.

Eva se embaraza con Kevin y su relación es todo menos aquello que sabemos o reconocemos como la norma: no se da esa fuente de enamoramiento y adoración, no hay vínculo afectivo entre madre e hijo. En realidad parece que lo que se da es un rechazo mutuo entre el bebé y la progenitora, a pesar de que Eva desea y se esfuerza grandemente por lograr la imagen de ser buena para esto de la maternidad y que es una “buena madre”. Cuando esta solo con su mamá,  Kevin no deja de llorar, rechaza el pecho y la leche de la madre y sencillamente es un bebé berrinchudo y difícil. Eva es toda ambivalencia no solo como ser humano, pero sobre todo como madre; pronto se da cuenta de que no puede llamar al frente a la mamá que supone debe ser para su hijo. Sabe lo que la sociedad espera de ella. Franklin, su marido, procura pretender que todo es normal, después de todo se trata de un bebito, piensa, así que opta por restarle importancia a la preocupación y ambivalencia de su mujer.

Con el correr de los años, Eva se da cuenta de que su primera impresión, su intuición de caerle mal a su hijo es cierta; Kevin hace todo lo que puede para que la madre sufra todo lo que sea posible, mientras deja al papá con la impresión de que no es más que un malcriado, pero sin duda un adolescente típico. Franklin sigue dedicado a la imagen de que los tres constituyen una “familia normal”. Por supuesto, no sé cómo vayan a hacerle en la película, pero de mi lectura yo creo que Franklin desde el comienzo se decidió por un acto de autoengaño a largo plazo, un padre no dispuesto a admitir que su hijo pueda ser un ser humano “maligno”, una “semilla mala”. Después de todo la maldad existe, ¿no? Pensemos en Charles Manson, Ted Bundy, etc., somos capaces de engendrar seres humanos capaces de hacer tanto daño sin que lleguemos a comprender el porqué. Tal vez para Eva sea difícil no sentirse responsable y concluya que jugó un rol en el hecho de que su hijo se convierte en un asesino “a la Columbine”. ¿Esto se debió a que es una madre ambivalente, que nunca pudo ser una mamá empalagosa con sus cariños, que no le habló con voz mimosa a su crío y todo aquello que uno piensa hace que una mujer sea una buena madre?

En mi mente lo valioso de esta novela está precisamente en la posibilidad de aceptar la ambivalencia de nuestros sentimientos por nuestros hijos. No son necesariamente queribles todo el tiempo (sabemos que no siempre son amorosos con nosotros sus padres, pero ellos son inocentes, ¿qué no?) Debemos amarlos absoluta e instintivamente todo el tiempo. Supongo que a la larga el amor vence a la indiferencia, aunque como vemos en el caso de Eva y Kevin, dolorosamente no siempre es así en todos los casos.

Como madre yo sé que a veces necesito saberme a solas para recordar quién soy y las cosas que me gustan, recuperarme para mí. A veces mi esposo e incluso mi hija tal vez no lo entiendan pero lo respetan y yo lo valoro profundamente. No ven con malos ojos que a veces quiera irme sola al cine o esconderme en la librería a leer mis libros. Creo que después de estos breves paréntesis de tiempo a solas puedo ser la madre y la esposa tolerante y amorosa que esperan y merecen.

Tal vez eso fue lo que faltó en la novela de Kevin. Me quedo con la impresión de que Eva no contó con el apoyo y la validación de Franklin y de Kevin. Tal vez Kevin, astuto como es, pudo percibir desde el comienzo la extrema ambivalencia de su madre y decidió en última instancia pagarle con odio y muertes; sin nadie dispuesto a hablar de esta situación de la ambivalencia, tal vez Kevin sintió que le tocaron malos padres, cuando lo más que debió concluir es que le tocaron meramente padres humanos y limitados.

Shriver tiene varias novelas y seguramente valga la pena leerlas todas. Ahorita me ocupa The Post-Birthday World, pero We need to Talk About Kevin vale una segunda releída.

17 febrero 2012

#6 – Los muchos caminos a casa

Recuerdo que una vez en psicoterapia le dije a mi loquero que a veces siento como si en mi cabeza hubiese un congreso o conferencia donde muchas voces hablan y discuten cualquier tema que me apura en la vida. Inocentemente le pregunté: “¿Crees que haya más de una Yo en mí?” Su rápida respuesta fue: “Bueno, por lo menos sabemos que mínimamente hay más de una tú”. No, no quiso decir que estuviera loca y que tuviera personalidades múltiples; me fui con la idea de que lo quiso subrayar eran las numerosas contradicciones que definen a la neurótica que soy.

Traigo esto a colación porque el fin de semana pasado fui al Angelika Plano a ver bella película A Separation. Al caminar de mi coche al cine, allí estaban ellas… mis voces. Todas hablábamos a la vez, muy contentas de la vida. A fin de mantenerme al tanto de todo lo que se tenía que decir, me di cuenta de que empecé a hablar a solas en voz alta. Una de las voces me sugería que bajara la voz porque los “normales” que me rodeaban me iban a “cachar” y tachar de loca, pero yo no podía hacerle caso. Todas estábamos muy contentas de encontrarnos reunidas otra vez.

Estábamos como de celebración porque yo me acababa de dar cuenta que últimamente mi pierna izquierda, la débil, la siento mucho más fuerte, tanto que ya no siento que me voy a caer con cada paso que doy. A veces tengo la audacia de caminar sin mi bastón para distancias muy cortas (como a la máquina de los dulces, a la que para empezar, claro, no debiera acercarme); o del baño en casa a mi reclinador vuelto cama. Muy infantil y displicente le respondo a mi marido cuando me insiste en que tome mi bastón: “No lo necesito!”, cosa que de corazón deseo y que estoy convencida llegará a ser.

Mis voces me felicitaron por lo fuerte y rápido que camino ahora; claro la lentitud y la cojera son sumamente evidentes, pero la mejoría es algo que no estamos dispuestas a ignorar ni negar.

Luego otro día llevé a mi hija a la que pronto será su preparatoria (high school) para que los futuros estudiantes conocieran los clubes y actividades extracurriculares a los que se podrán inscribir. Dada mi propia experiencia en las escuelas de Estados unidos, yo estaba un poco nerviosa pero puedo decir que caminé fantásticamente bien. Sí, me cansé mucho pero quedé muy contenta conmigo misma.

El hecho de que estas voces hayan vuelto a resurgir y que para mi parecen individualidades muy distintivas, me hizo que también me diera cuenta que desde mi derrame cerebral de junio 2008 se habían desaparecido por completo. Le comenté a mi marido que tal vez la parte del cerebro que se me murió esa noche de junio era donde mis voces habían vivido y que finalmente habían encontrado nuevos caminos neuronales que las llevaban a casa.

Ojalá así sea porque eso quiere decir que mi cerebro de seguro está furiosa y desesperadamente trabajando en pos de recuperar su potestad sobre mis miembros izquierdos.

Literalmente: Ojalá.

13 febrero 2012

#5 – Carta a la casa de mi infancia en California

Querida 411 Woodbridge Ave:

Hace poco me enteré de que te construyeron en 1929 y que les ofreces 1225 pies cuadrados (arribita de 370 metros cuadrados) a tus habitantes. Eres una casa más bien humilde. El pago hipotecario mensual de mis padres cuando fuiste nuestro hogar era de 65 dólares.

Pero déjame te cuento lo que fuiste en los setenta cuando fuiste mi casa.

Por su trabajo en las huertas, nuestros padres no pudieron recogernos en el aeropuerto ese verano. Así que nos dijeron a Irma y a mí que tomáramos un taxi de Sacramento a lo que sería nuestra nueva casa y de la cual no teníamos ningún otro dato excepto por la mágica dirección apuntada en un pedazo de papel y al cual nos aferramos cual náufragas: 411 Woodbridge Ave. El camino a nuestro pueblo era una hora al sur de Sacramento.

Antes de ti vivimos en propiedades de alquiler, todas pobres y seguramente indeseables para la mayoría de la gente pero para nosotras dos eran los lugares más seguros gracias a que nuestros padres se anclaban allí firmes y seguros.

Cuando salimos del taxi y vimos el número 411 en una casa que para nuestros ojos parecía una mansión, automáticamente caminamos por un caminito de terracería a tu costado que nos llevó a otro sitio cercano que nos pareció más apropiado (por ser más pobre) para nosotros.

Finalmente tuvimos que aceptar que la casa bonita que vimos al principio eras tú, nuestra casa. Caminamos tu perímetro incrédulas y en admiración. Tenías un patio trasero con cerca y un porche en uno de tus costados. No sé qué estaría sintiendo o pensando mi hermana pero yo recuerdo que no podía asimilar que detrás de esas cortinas livianas y de un color amarillo claro y cremoso que cubrían las ventanas salientes que enmarcaban el frente de la casa, era el lugar donde íbamos a vivir. A las hermanas que todavía no cumplían los 15 (muy jóvenes e inocentes), la casa parecía sacada de un cuento de hadas.

411 Woodbridge, tú contienes tanto de la historia de mi familia. ¿Te acuerdas de toda la gente a la que le diste espacio, los tantos tíos y primos para quienes mis padres abrieron tus puertas de par en par para que pudieran trabajar con nosotros en los campos y las huertas de California y así pudieran mandar un poco de dinero a su gente en el sur? ¿Te acuerdas de mi mamá cuando se levantaba a las dos o tres de la mañana para hacer tortillas de harina para todos esos hombres? ¿Te acuerdas de sus manos emblanquecidas, su rostro sudoroso y su palo de las tortillas con el cual transformaba la masa en discos planos que luego florecían en el comal deliciosos y livianos con aire caliente? ¿Te acuerdas de sus plantas, un verdor alucinante, cómo adornaban tus espacios comunales? ¿Te acuerdas de nuestros amigos que venían a jugar cartas toda la noche y que a la mañana se quedaban a desayunar con nosotros el menudo cocinado por mi mamá?

¿Y mi papi, 411 Woodbridge? ¿Te acuerdas de él, de su risa, de sus bromas cuando trapeaba el piso de tu cocina? ¿Te acuerdas de sus plantas de tomate y chile que regaba con sus silenciosos modos campesinos en tu patio trasero? Te acuerdas de los tres hijos de Sergio (Eva, Sergito y Adán) y cuantísimo los quisimos?

¿Te acuerdas cuando finalmente uno de tus cuartos se convirtió en mi dormitorio? Allí, por algún motivo, terminé con un escritorio y mi cuarto era escueto y esmerado, todo en su lugar, embellecido con los libros que pedía en préstamo de la biblioteca pública (en especial recuerdo los poemas de un  policía hispano de Nueva York vuelto poeta).

Estabas llena a más no poder, 411 Woodbridge, estabas llena del amor que nos unía, de la luz que aquellas cortinas amarillas no podían contener; estabas llena de nuestra música, nuestras risas, nuestro idioma, nuestro verdor, nuestros cumpleaños, nuestras costumbres y con el hambre de mis padres por derrotar la pobreza crónica y extrema de donde venían. Y por su capacidad inagotable para trabajar y su devoción por su familia lo lograron. Y finalmente, tú, 411 Woodbridge, los hiciste dueños de su casa en Estados Unidos.

En el paisaje del norte californiano, vuelto moreno por inmigrantes trabajadores como mi mami y mi papi, ay 411 Woodbridge, qué alegría me da saber que todavía estás allí, alta y de pie.


(Traduccion de mi "post" actual para mi blog en inglés "Trust Me")

09 febrero 2012

#4 – El Feis a las tres de la mañana

Esa noche a las tres de la mañana no pude dormir. Agarré mi teléfono celular y me puse a ver qué había de nuevo en el Feis. Luego la curiosidad me llevó a buscar nombres de viejos conocidos. Encontré uno, gringo, quien deja abierta la posibilidad de ver sus fotos. Pude ver que además de ser profesor e investigador de la universidad a la que asistí, el hombre se divorció de aquella primera esposa que le conocí; pero primero tuvieron un hijo que ya es un joven adulto. Tiene también una hija que seguro ya empezó la primaria, muy linda y, cual debe, es el sujeto principal de las fotos del historiador. No sé si esta nena es producto de un segundo matrimonio o de una relación seria a largo plazo.

Luego vi la lista de sus amistades, tiene más de 400 (yo no llego a 100); su hijo tiene más de 2,000 (!). Entre los más de cuatrocientos nombres pude encontrar los de sus tres hermanos y el de un psicoanalista que en aquel entonces me parecía de lo más interesante, inteligente y atractivo (otro de mis inútiles crushes) y quien ahora ya también tiene dos hijos.

Pongámosle nombre al gringo, digamos que se llama Bill o Bob. Bob tiene un hermano y dos hermanas. Con una de ellas tuve una incipiente y enclenque amistad que se basó en cartas y hasta en un viaje que ambas hicimos, ella de Chicago, yo de Dallas, a Kansas City. Desde ese viaje nos dejamos de frecuentar. Digamos que esta joven se llama Moira.

Moira, es físicamente hermosa (los cuatro hermanos más o menos son muy atractivos) pero Moira sobresale: ojos azules, tez blanca y pálida, el cabello rojizo (de esa belleza a la que los hombres escriben poemas). Inteligente, buena onda. Tan guapa que hasta posó para algunos anuncios publicitarios. El psicoanalista que les mencioné, ese mi crush, alguna vez me dijo que se había enamorado de Moira con tan solo verla y que creía en el amor a primera vista. Yo le argumenté que entiendo que Moira le haya gustado tantísimo, si estaba tan “re buena” (como decimos en mexicano) pero eso de enamorarse se me hacía un poco extremoso. ”Gustarte para salir con ella, conocerla, y hasta encamarte con ella, lo entiendo; pero eso de enamorarte con el ‘mucho gusto’, discúlpame pero vooooy”. Él, digamos Máximiliano, siguió firme en su postura de estar enamorado de la Moira.

Anyway. Resulta que no pude ver las fotos de Moira pero la vi en algunas de Bob y su hijo. Sigue muy bella . En una aparece con un bebé que me hizo suponer es su hijo. El bebé, muy lindo, de traje y corbatita, blanco, blanco como la mamá, aunque el pelo rubio sin nada de rojizo. Moira sigue luciendo sencilla, hermosa sin maquillaje y sin aspavientos que te hagan decir “bájele mi chava ya sabemos que usté está que se cae de chula”. La Moira sigue viéndose súper bella y buena onda como cuando la conocí.

Después de hora y media de repasar lo que tenían accesible en Feis Bob y Bob Jr., ya no pude conciliar el sueño. Me clavé recordando el tiempo de convivencia con Bob y Moira (a los otros dos hermanos los conocí solo de nombre y ahora de foto).

Bob y Moira son un claro ejemplo para mí de lo que es pertenecer a Estados Unidos, de tener esa certidumbre de pertenencia, de conocer y saber aprovechar las ventajas de ser hijos y ciudadanos de este país. Ambos tenían o tienen (por lo que alcanzo a dilucidar) un gran apego por México (creo que una de sus abuelas tiene raíces mexicanas). Por ejemplo, los hijos de Bob tienen madres mexicanas; habla español perfectamente; es profesor de una universidad mexicana, etc. Aparte de primermundistas natos, Bob y Moira son hermosos, inteligentes, y según recuerdo, de nobles sentimientos.

Cuando yo los conocí yo estaba en mis veinte, cargada de mi incertidumbre, de mi inseguridad y de no saber por qué rumbo me llevaba la vida. Aunado a eso iba yo marcada con mi experiencia de inmigrante, de saberme ajena a su mundo, de haber sufrido el racismo en mi infancia, etc.

Creo que volví a sentir esa tristeza y, por qué no decirlo, la envidia de su vida más segura y establecida (a pesar de su juventud).

Ahora puedo darme el lujo de confesar estos sentimientos de tristeza y envidia porque los he superado.

Creo.

Cuando pensé esto fue que finalmente volví a dormir.