28 julio 2011

Gira y gira

Los millones de migrantes que estamos en este país somos como un calidoscopio que gira y gira poniendo a la luz la infinita variedad de nuestras historias, cada una única, sí, pero todas vinculadas por la esperanza de "una vida mejor".

Yo tengo algunas:

* La madre de cinco varones y una mujer recuerda entre una triste ternura y una sorda impotencia que una vez a la hora de la comida, cuando sus hijos estaban reunidos en torno al fogón donde las tortillas que ella hacía se inflaban cual perfectos globos, el mayor de los muchachos, Ricardo, tomaba el solitario trocito de bistec que le había tocado y --niño de la fantasía necesaria-- ponía su única tirita de carne en una humeante tortilla para hacerla taco pero antes de dar la primer mordida, la otra mano furtiva metía los dedos por el otro extremo del taco para jalar la carne y así comerse la tortilla solita. Tras el metate, haciendo las tortillas, la madre observaba callada y con el corazón partido aquel recurso de su hijo, quien luego tomaba otra tortilla para volver a repetir el truco hasta comerse la carne con la ultima tortilla con la que iba a saciar su hambre. Ricardo, ya hombre, vive en California.

* La anciana de 72 años conto un día que si bien a ella nunca le faltó la comida cuando niña, la pobreza no dejaba de sentirse en su casa de otras formas. La casa oscura con piso de tierra y paredes de adobe en la que vivió su infancia fue testamento de ello. Cuando aun estaba erigida, en esa casa cundía la tristeza y la confusión. Un recuerdo lacerante de la anciana --aunque ella lo cuente como si nada-- es que de niña una de sus amiguitas le recomendó que hiciera lo que ella, que tomara una piedra alargada y la envolviera en un pedazo de tela para que jugaran a las muñequitas. Cuando joven, esa mujer trabajo toda su vida en los campos de California y Washington. Ahora vive en una colorida casa, cual vergel, que construyera donde alguna vez estuvo la casa triste de su niñez.

* Un huérfano va y viene de Chicago a Michoacán, ya adulto y padre de familia. Siempre habrá de calarle hondo la muerte de su madre que falleció estando él de meses. Entre las infidelidades y el alcoholismo y los meses de trabajo en el Norte, pasea este hombre su orfandad y su tristeza.

* Otro hombre tuvo la infancia tan triste que, siendo el mayor de 14 hermanos, nunca pudo ir a la escuela. Fue tanta la carencia en su familia que contaba --ya entonces ante la mesa plena-- que de niño, muchas veces, la única comida que tenían era un molcajete de chile bruto (ni siquiera para los tomates tenía la familia) con tortillas duras de tan viejas. Su ilusión, decía, era tener en la boca un pedazo de piloncillo dulce y oscuro. Eso era un lujo. Emigró de México y anduvo por varios estados para establecerse finalmente en California trabajando en el campo hasta que falleció en su tierra y en su cama, una noche después de una velada donde abundaron las risas y la comida: mezcal y chicharrones y quesos y crema y carnes y cajeta y café. Aunque muy joven aun, murió con la pobreza finalmente conjurada gracias a su trabajo.

¿Hasta dónde podríamos engarzar estos pasajes de humanidad sobreviviente? Aquí en este país que necesitamos y resentimos nos encontramos todos, trabajando en lo que venga para, como tantas otras generaciones anteriores, derrotar, ahuyentar por fin el hambre y la pobreza. Enderecemos la espalda, y pulamos esa dignidad que nos caracteriza, que sí podemos llegar a esa "vida mejor".

-Publicada originalmente en marzo de 2005

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