09 febrero 2012

#4 – El Feis a las tres de la mañana

Esa noche a las tres de la mañana no pude dormir. Agarré mi teléfono celular y me puse a ver qué había de nuevo en el Feis. Luego la curiosidad me llevó a buscar nombres de viejos conocidos. Encontré uno, gringo, quien deja abierta la posibilidad de ver sus fotos. Pude ver que además de ser profesor e investigador de la universidad a la que asistí, el hombre se divorció de aquella primera esposa que le conocí; pero primero tuvieron un hijo que ya es un joven adulto. Tiene también una hija que seguro ya empezó la primaria, muy linda y, cual debe, es el sujeto principal de las fotos del historiador. No sé si esta nena es producto de un segundo matrimonio o de una relación seria a largo plazo.

Luego vi la lista de sus amistades, tiene más de 400 (yo no llego a 100); su hijo tiene más de 2,000 (!). Entre los más de cuatrocientos nombres pude encontrar los de sus tres hermanos y el de un psicoanalista que en aquel entonces me parecía de lo más interesante, inteligente y atractivo (otro de mis inútiles crushes) y quien ahora ya también tiene dos hijos.

Pongámosle nombre al gringo, digamos que se llama Bill o Bob. Bob tiene un hermano y dos hermanas. Con una de ellas tuve una incipiente y enclenque amistad que se basó en cartas y hasta en un viaje que ambas hicimos, ella de Chicago, yo de Dallas, a Kansas City. Desde ese viaje nos dejamos de frecuentar. Digamos que esta joven se llama Moira.

Moira, es físicamente hermosa (los cuatro hermanos más o menos son muy atractivos) pero Moira sobresale: ojos azules, tez blanca y pálida, el cabello rojizo (de esa belleza a la que los hombres escriben poemas). Inteligente, buena onda. Tan guapa que hasta posó para algunos anuncios publicitarios. El psicoanalista que les mencioné, ese mi crush, alguna vez me dijo que se había enamorado de Moira con tan solo verla y que creía en el amor a primera vista. Yo le argumenté que entiendo que Moira le haya gustado tantísimo, si estaba tan “re buena” (como decimos en mexicano) pero eso de enamorarse se me hacía un poco extremoso. ”Gustarte para salir con ella, conocerla, y hasta encamarte con ella, lo entiendo; pero eso de enamorarte con el ‘mucho gusto’, discúlpame pero vooooy”. Él, digamos Máximiliano, siguió firme en su postura de estar enamorado de la Moira.

Anyway. Resulta que no pude ver las fotos de Moira pero la vi en algunas de Bob y su hijo. Sigue muy bella . En una aparece con un bebé que me hizo suponer es su hijo. El bebé, muy lindo, de traje y corbatita, blanco, blanco como la mamá, aunque el pelo rubio sin nada de rojizo. Moira sigue luciendo sencilla, hermosa sin maquillaje y sin aspavientos que te hagan decir “bájele mi chava ya sabemos que usté está que se cae de chula”. La Moira sigue viéndose súper bella y buena onda como cuando la conocí.

Después de hora y media de repasar lo que tenían accesible en Feis Bob y Bob Jr., ya no pude conciliar el sueño. Me clavé recordando el tiempo de convivencia con Bob y Moira (a los otros dos hermanos los conocí solo de nombre y ahora de foto).

Bob y Moira son un claro ejemplo para mí de lo que es pertenecer a Estados Unidos, de tener esa certidumbre de pertenencia, de conocer y saber aprovechar las ventajas de ser hijos y ciudadanos de este país. Ambos tenían o tienen (por lo que alcanzo a dilucidar) un gran apego por México (creo que una de sus abuelas tiene raíces mexicanas). Por ejemplo, los hijos de Bob tienen madres mexicanas; habla español perfectamente; es profesor de una universidad mexicana, etc. Aparte de primermundistas natos, Bob y Moira son hermosos, inteligentes, y según recuerdo, de nobles sentimientos.

Cuando yo los conocí yo estaba en mis veinte, cargada de mi incertidumbre, de mi inseguridad y de no saber por qué rumbo me llevaba la vida. Aunado a eso iba yo marcada con mi experiencia de inmigrante, de saberme ajena a su mundo, de haber sufrido el racismo en mi infancia, etc.

Creo que volví a sentir esa tristeza y, por qué no decirlo, la envidia de su vida más segura y establecida (a pesar de su juventud).

Ahora puedo darme el lujo de confesar estos sentimientos de tristeza y envidia porque los he superado.

Creo.

Cuando pensé esto fue que finalmente volví a dormir.

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