Allí me cuento yo también. Agotada. Exhausta. Llego a la noche después de la jornada de trabajo, de recoger a la niña de la escuela para como sea darle de cenar y quedo sin pizca de energía. Luego le digo: "Vamos, hija, seamos tomates" (por aquello de que uno se vuelve vegetal al ver la tele) y que entre que la arrullo en mis brazos y empiezo a sosegar mi respiración con la de ella, caigo al sueño yo también sin que haya Law and Order que valga.
Entre lágrimas y con la voz entrecortada Nora me decía ayer: "Ya no puedo, Margarita. Estoy tan cansada". Le recordé las vacaciones que se tomará con su familia dentro de una semana, que disfrutará de su tierra y de sus padres. "No es eso --me dijo--. Es la presión de todo: los niños, las distancias, el trabajo, la responsabilidad que me toca de la casa". Ayer, la misma Nora, mujer que se acerca ya a los 40, me dijo con voz aniñada que quiere a Mami y la mirada se le llenó de infancia codiciada.
¿Cómo ocurre que perdemos el control de la vida y de nuestro tiempo, que todo aquello que hacemos por vivir una vida mejor, termina enajenándonos, deshumanizándonos? Terminamos encadenados a las rutinas y a los compromisos, ¿cuántos de ellos no autoimpuestos, cuántos de ellos no complicados por nuestra incapacidad de ponerlos a nuestro servicio?
Le escribía a un amigo que disculpara mi demora en contestar sus cartas electrónicas, que mi silencio inusual se debía a la exigencia implacable de mi jornada de trabajo que ni para robarme unos minutos y hablar con todos aquellos que me significan tanto y que están tan lejos. Le hablé de la necesidad de campo, de cielo gris, de llovizna fina, de necesidad de caminar sin prisas con la mente despejada. De mi necesidad de quietud, de soledad.
¿Cómo es esto que algo tan sencillo y diáfano, como caminar o estarse quieta y en silencio, tomarse un café (así sea cibernético) con el amigo del alma o ansiar que alguien nos dé un poco de cuidado, se vuelve algo imposible de acomodar en nuestro día? ¿Cómo llegamos a este momento en que renunciamos a nuestro tiempo de manera tal que lo que pudiera ser una cotidianidad, como salir a caminar o pedirle a un ser querido que queremos un rato mínimo de mimos, se convierte en un lujo inasequible, como un portentoso tesoro de rubíes y esmeraldas?
Seguro que es clara señal de nuestros tiempos porque ahora cada vez es más frecuente oír que (sobre todo) los gringos tienen un life counselor, un professional organizer para tratar de darle un toque de racionalidad a su vida. Tal vez en nuestro caso no veamos aún la necesidad, en vista de que la mayoría de nosotros los latinos vivimos en otra realidad económica y cultural, pero pudiéramos comenzar a apartar tiempo en la semana para hacer nada y dedicar nuestro tiempo a todo aquello que no tenga otro sentido que darle sentido a la vida, que nos recargue el alma y las pilas para seguir con la locura nuestra de todos estos días postmodernos. Recobremos, tomemos un trozo de tiempo vacío, más precioso que un tesoro de rubíes y esmeraldas.
-Publicado originalmente en marzo de 2005
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